Y entonces, pasó. 


“Quiero vestir tal y como me siento, tal y como quiero”.  Manuel le cogió una falda color turquesa a su hermana pequeña y se la metió en la mochila. Cuando llegó al colegio, se fue directamente al baño a cambiarse. Se quitó los pantalones vaqueros para así vestirse con la ropa que había cogido a escondidas de sus padres. Salió para ir a clase, pero no antes sin mirarse al espejo. Sonrió. Le gustaba la persona que veía reflejada. Nunca antes había sentido esa seguridad, la cual, se desvaneció con el gesto de sus compañeros. Estos empezaron a reirse y a humillarlo al grito de “¡maricón!”. El profesor, que ese día llegó tarde al aula, escuchó las voces de sus alumnos al final del pasillo. Aceleró el paso para ver qué estaba pasando en su propia clase y vió lo que estaba sucediendo por la ventana de la puerta. No podía creerlo. Y entonces, pasó. Recordó que su mujer, el día anterior, se fue de compras, pero con las prisas dejó todas las bolsas en el coche, así que se fue corriendo al aparcamiento. Tardó menos de un minuto en volver a clase y cuando sus alumnos lo vieron se quedaron callados. En el aula ahora reinaba el silencio. Él no dijo nada, solo busco con la mirada a Manuel, al que le guiñó el ojo. Este volvió a sonreír y noto que aquel, a partir de ahora, iba a ser un entorno seguro para él y para su manera de expresarse al mundo. Acto seguido, el profesor vestido con una de las faldas que su mujer se había comprado, empezó a dar la clase, no sin antes mandar un mensaje a cada uno de sus alumnos de respeto. 


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